Hoy en día, en los países desarrollados o en vías de desarrollo, alrededor del 60% de la población mundial permanece en el mínimo esfuerzo físico posible, debido a la casi nula actividad física dentro del área laboral que se ha vuelto potencialmente sedentaria. Este fenómeno impacta de igual manera en las actividades domésticas y en la inacción en tiempos de ocio.
Existen diversos factores de riesgo que poco promueven la realización de actividades físicas, como: la sobrepoblación, aumento de la pobreza, incremento de los niveles de inseguridad, el constante crecimiento de la densidad de tránsito vehicular, la mala calidad del aire y la inexistencia de instalaciones deportivas recreativas públicas. El resultado favorece el aumento de las enfermedades no transmisibles. Hoy en día, la inactividad física representa uno de los diez principales factores de riesgo de mortalidad a nivel mundial, y como grupos más vulnerables encontramos a los niños, las mujeres y los adultos mayores.
Ante esta problemática se generan varios argumentos, todos ellos mitos que provocan la propagación de una cultura sedentaria. Es común escuchar que realizar ejercicio resulta caro, que es necesario el uso de ropa y equipos especiales o que se debe pagar por instalaciones deportivas; aunado a esto, las multitareas que conforman nuestro día a día nos impiden hacer un espacio para la actividad física y, en el caso de los extremos de la vida: suponemos que los niños son lo suficientemente activos para no destinar un tiempo a ejercitarlos y los adultos mayores argumentan que la actividad física sólo es para los jóvenes.
Dentro de los beneficios que aporta la actividad física constante se encuentran el mejoramiento del estado muscular y óseo, una mejor función cardiorrespiratoria, la reducción de riesgos de hipertensión, cardiopatías y trastornos metabólicos como la diabetes, el cáncer de mama y de colon; se observa también una disminución de episodios de depresión y finalmente es base para el equilibrio energético que favorece al control de peso corporal, sobretodo en la disminución del porcentaje de grasa corporal que redunda en la reducción del riesgo de padecer enfermedades no transmisibles. El ejercicio o la actividad física aporta beneficios psicosociales, mejora el estado de ánimo, la capacidad de concentración y favorece la integración de las comunidades.
Por tales motivos, es conveniente realizar modificaciones al estilo de vida y establecer como prioridad la actividad física, la cual se define como cualquier movimiento corporal producido por el aparato músculo — esquelético, que permite el consumo de energía dentro de cualquier tarea diaria: el trabajo, las tareas domésticas o las actividades de recreación.
Las recomendaciones por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS), indican que los niños y adolescentes deben realizar 60 minutos diarios de actividad física de moderada a intensa, dedicar más tiempo beneficia en mayor medida a la salud. En el caso de los adultos de 18 a 64 años de edad y de los adultos mayores, los requerimientos oscilan entre los 150 y los 300 minutos semanales de actividad física moderada y al menos 75 minutos semanales de actividad física intensa. Las personas con problemas de movilidad deben practicar actividad física de resistencia por lo menos tres veces por semana para prevenir caídas y fortalecer la masa muscular.
Podemos y debemos hacer que las actividades física formen parte de nuestra vida cotidiana, las opciones pueden incluir formas activas de transporte; como ciudadanos debemos exigir políticas e instalaciones que fomenten el ejercicio seguro; en cada uno de los hogares debemos fomentar hábitos deportivos; en las instituciones es necesario contar con educación física de calidad que favorezca el desarrollo de hábitos saludables que nos mantengan físicamente activos a lo largo de todas las etapas de la vida.
Doctora Mónica Ivette Guevara Ortega
Responsable del Programa de Salud Organizacional del CULagos