Presentación del libro Autlán de la Grana

La doctora Lilia Oliver Sánchez presentó su estudio, publicado en por el sello Editorial CULagos

Este jueves 9 de julio fue presentado virtualmente el libro Autlán de la Grana: población y mestizaje, de la doctora Lilia Oliver Sánchez, profesora investigadora de la Universidad de Guadalajara, quien es Rectora del CUCSur y forma parte del SNI. Durante la parte preliminar, la maestra Yamile Arrieta, jefa de la Unidad Editorial del CULagos, hizo énfasis en que este libro es uno de los dos títulos publicados por nuestro sello editorial que se han tenido que reimprimir, ya que los ejemplares se agotaron casi desde que salió a la luz la primera edición.
 
La doctora Oliver Sánchez definió como eje de articulación de este estudio a la población de Autlán y su proceso de mestizaje a finales de los siglos XVII y XVIII, con el objetivo de comprender la estructura demográfica de esta región por la calidad étnica de sus pobladores. Sobre ello cabe destacar que, mediante la revisión de documentos, fue posible corroborar la importante presencia de población afrodescenciente en esta ciudad de la Costa Sur del Estado de Jalisco.
 
El escenario geográfico de este proceso de mestizaje es el Valle de Autlán que, a la llegada de los primeros españoles, el 4 de mayo de 1525, fue calificado de esta manera: “es un valle muy hermoso entre arboledas de frutas…”. Este valle tiene una extensión de 223 km cuadrados, en él se concentran los municipios de Autlán, El Limón y el Grullo. Rodeado de las imponentes cadenas montañosas de la Sierra de Manantlán y la Sierra de Cacoma, que pertenecen a la Sierra Madre del Sur, en este valle irregular se observan entradas y pronunciamientos: “como si la montaña y el valle tuviera encuentros y desencuentros que al final se definen en hermosos paisajes”, de acuerdo a la descripición de la autora. El paisaje se enriquece con las aguas provenientes de la cuenca hidrográfica de los ríos Ayuquila y La Sanja, y de numerosos arroyos que luego van a desembocar al Río Armería y al Océano Pacífico.
 
Para el trabajo de investigación que contiene este libro, la doctora Lilia Oliver se centró en el estudio de la demografía histórica de esta área. De acuerdo con el historiador Carl Sauer, los primeros asentamientos en estas tierras datan del año 1,000 a. C. Los restos arqueológicos que existen indican que eran poblaciones que vivían de la agricultura y la recolección. La estimación del número de pobladores originarios que habitaban ésta región, en la época de la llegada de los españoles a América, puede ser establecida gracias a una especie de padrón que ordenó Hernán Cortés a Francisco de Vargas entre 1524 y 1525, durante una expedición militar a estas tierras. Este documento proporciona algunos de los primeros datos demográficos con los que se cuentan, de entre todas las colonias de la corona española en Mesoamérica.
 
Tomando como fuente este padrón, el asentamiento prehispánico contaría 17,600 habitantes y todo el valle con sus municipios 44,946 personas aproximadamente, cabiendo la posibilidad de que la población fuera más numerosa. Debido a la gran cantidad de habitantes de Autlán, los españoles le dieron una categoría que casi nunca daban a los asentamientos de la periferia en Mesoamérica, llamándola “ciudad”. Sin embargo, poco después asistimos a un fenómeno que los historiadores demográficos denominan “derrumbe de la población”, uno abismal, que comenzó casi después de la llegada de los conquistadores a estas tierras. Entre el 75% y el 80% de la población murió entre 1519 y 1600. Esto no sólo sucedió en la Costa Sur de Jalisco. Hacia 1540, la Nueva España tenía unos 6 millones y medio de habitantes; al finalizar el siglo XVI, tan sólo 60 años después, esa misma población se calculaba más o menos en 2 millones y medio.
 
Estas fueron épocas de descenso importantísimo en la población. En Autlán, después de 1550, estaban por venir los peores años para la población, tanto así que a finales del siglo XVI la población originaria se redujo en 99%: en los primeros 67 años de su historia desde la llegada de los españoles, faltó muy poco para que el populoso Autlán prehispánico desapareciera, como de hecho sí desaparecieron muchos otros asentamientos prehispánicos que estaban alrededor del río Ayuquila. Un documento importante que ofrece un fraile franciscano, quien vino por esos tiempos a Autlán, afirma: “fue aquel pueblo de Autlán, en los tiempos pasados, de grandísima vecindad y población, según lo dicen los viejos, y parece agora por las ruinas de sus casas (…) que no llegan a 200”.  
 
Entre las causas de tanta mortandad se encuentran la guerra de la Conquista y los trabajos extenuantes a que las poblaciones fueron sometidas. Llama la atención en particular lo que los historiadores han definido como “desgano vital”: los pobladores originarios no querían que creciera su población, no querían traer hijos a un mundo que ya no les pertenecía. Sin embargo, la causa principal fueron las epidemias. En el contexto actual merece la pena recordar que, a lo largo de la historia de la humanidad, hay dos momentos en el que las epidemias han exterminado a parte importante de la población: una en el mundo clásico y la otra en el encuentro de los dos mundos.
 
La doctora Oliver Sánchez precisó que en lengua náhuatl se le conoce a la epidemia como cocolistli –que significa enfermedad–, y refirió las epidemias históricas que aquejaron a la población, recurriendo a cronistas como Tello y Torquemada, que hablan de la peste que aconteció entre 1540 y 1545, la cual provocó la muerte de aproximadamente 800,000 personas en toda la Nueva España, siendo esta una de las epidemias más cruentas de esa época en occidente. No obstante, entre 1576 y 1580 hubo otro cocolistli que arrasó la población de la Nueva Galicia y casi provoca que Autlán se borrara del mapa: sólo sobrevivieron 200 personas. Las descripciones de esta enfermedad refieren síntomas como fiebre, dolor de cabeza y hemorragias por nariz, boca y ano. Esta epidemia fue aún más cruenta que la primera que se desató a la llegada de los españoles, cuando contagiaron a los pueblos originarios de viruela. Según los cronistas, en el segundo cocolistli murió el 80% de la población, desde Yucatán hasta tierras chichimecas en el norte murieron dos millones de personas, según estimaciones de expertos.
 
De los pocos habitantes que quedaron a finales del XVI, se recuperó tan lentamente la población que en 1687 –poco más de un siglo después– se contaban 314 pobladores, y no fue sino hasta 1940 que la antaño populosa ciudad volvió a estar poblada con 18,000 habitantes.
 
Sobre la estructura demográfica de los siglos XVII y XVIII dan cuenta dos listas de comulgantes que se encuentran resguardadas en el archivo histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara; los párrocos franciscanos tenían la obligación de levantar estas listas para saber quiénes habían cumplido con la confesión y la comunión en semana santa; estos documentos se elaboraron en 1689 y en 1770, y funcionan como si fueran padrones. Estas fuentes permiten ver una especie de fotografía de Autlán y conocer variables como género, número de miembros de cada familia y edades respectivas; pero a la doctora Lilia Oliver le interesó observar la estructura demográfica por calidad étnica. Aunque la orden de la corona española solamente requería el registro de españoles y de la población originaria, el franciscano Alonso de la Vega empadronó a otros grupos étnicos en 1689 y por ello se sabe que en aquel entonces vivían en Autlán 30 familias de españoles, 29 de población originarias, 26 de mestizos y 11 de mulatos, además de once esclavos que eran propiedad de las familias criollas más importantes del lugar.
 
Estos datos muestran que no solamente se mezclaron los españoles y los pueblos originarios, la presencia de mulatos habla de que también se mezclaron con los esclavos africanos que llegaron para trabajar en las haciendas y en los ranchos, siendo entonces tres los pilares étnicos. Para la autora es un verdadero hallazgo haber localizado a esta población de origen africano: “era lo que más me motivaba a mí, esa inquietud surgió al haber planteado en otros estudios las hipótesis de que hay un número importante de población de origen africano que no ha sido puesta a la vista, quizá porque no era tan visible como en Veracruz, Oaxaca o Guerrero…”. La población compuesta por esclavos y mulatos representaba en 1689 el 23%, en las listas consultadas se cuenta con nombres, cuántos hijos y qué edades tenían, así como datos sobre en qué haciendas trabajaban. Esa no es información que se deba borrar, y en palabras de la propia doctora Oliver: “quizá una de las aportaciones de este estudio es haber documentado a esa población”.
 
Si bien, los mestizos fueron tremendamente discriminados, lo que se evidencia en las observaciones que hizo el gran humanista Lorenzo Lebrón de Quiñones, quien menciona que no estaban protegidos ni por los españoles ni por los indígenas, y que se les solía llamar con calificativos despectivos tales como: espurios, adulterinos e incapaces, los más discriminados de todo el sistema de castas fueron los afrodescendientes. Para la doctora Lilia Oliver, calificar al humano por su color de piel es uno de los grandes lastres de la humanidad.
 
La última parte del libro trata sobre el proceso de mestizaje a finales del siglo XVIII, abordando cómo cambió el rostro demográfico de Autlán a lo largo de un siglo: los mestizos habían desaparecido –quedaba solamente una familia–, y surgió un grupo étnico que los documentos de la época llaman “coyotes”: hijos de la mezcla que se va a dar a lo largo del tiempo entre españoles, la población originaria y los afrodescendientes. Se cuentan en ese entonces 254 personas designadas como coyotas. Esto nos habla de dos grupos étnicos que son los pilares demográficos de Autlán: españoles y afrodescendientes, y también observamos que se perdieron dos pilares: la población originaria y los mestizos, que no pudieron sobrevivir como grupo.
 
Casi para concluir su exposición, la doctora compartió unos versos que encontró en una canción colombiana, pero que sirven perfectamente para describir la población de Autlán: “…tiene la piel morena, y la sonrisa blanca color de luna, tiene algo de blanca, tiene algo de negra, tiene algo de india, qué hermosa mezcla que da mi tierra…”. La reflexión final de esta presentación es que no podemos borrar de nuestro pasado lo que ya todos han designado como nuestra tercera raíz: la africana. Esto nos hace una cultura mucho más rica y diversa, y antes que borrar a nuestros antepasados, hay que integrarlos a nuestro presente con toda la dignidad histórica, por ejemplo: reconociendo los aportes de la cultura africana a nuestra herencia, en manifestaciones como el mariachi y los huapangos. En el cierre, la doctora Oliver Sánchez compartió su motivación personal: “Escribí este libro porque mi madre era de Autlán, para honrar a mis ancestros de estos tres grupos étnicos”.
 
Atentamente
“Piensa y Trabaja”
“Año de la Transición Energética en la Universidad de Guadalajara”
Lagos de Moreno, Jalisco, 10 de julio de 2020
 
Redacción: Marina Ortiz